Apresentación y vacilación en “Memorias del Subsuelo” de Fedor Dostoievsky

Gabriel Vinazza (IES N°1)

gabriel.vinazza@gmail.com

Resumen

No hay contradicción alguna en llamar egocéntrico al fundamento cartesiano “pienso, luego existo”. ¿En qué lugar deja a los otros esta incuestionable certidumbre? Yo pienso, es verdad, lo sé porque tengo acceso a mis pensamientos pero ¿me es accesible de igual manera el pensamiento de los demás? Si no es así, ¿cómo sé, con la misma certeza, que ellos existen?

Husserl se ha detenido en este problema y, a grandes rasgos, responde que mi yo le atribuye a los otros una conciencia como la mía porque observa en sus acciones una intencionalidad. Un cuerpo sube al colectivo, luego quiere viajar (piensa “quiero viajar”). Pero, ¿no arroja esta atribución otro problema? Por ejemplo, el problema de si la intención que le adjudico es cierta. Quizás no quiere viajar, quizás es un vendedor o un inspector. No lo sé.

Un tercer problema aparece. Si nunca puedo estar seguro de que las intenciones que atribuyo a los demás son las ciertas, ¿dónde encuentro un fundamento lógicamente incuestionable que justifique mi acción? El siguiente trabajo explora estos problemas en relación a la extraordinaria obra de Fedor Dostoievsky “Memorias del subsuelo”.

Palabras clave: fenomenología, literatura, conciencia, solipsismo, intencionalidad

Abstract

There is no contradiction in naming egocentric the cartesian claim “I think, therefore I am”. ¿Where does this claim leave the others? I think, that's true, I know it because I have access to my thoughts but, ¿do I have access to the thoughts of others, equally? If not, ¿how I know they really exist?

Husserl did think about this and, in a way of speaking, he answers that I assume they think like me because I observe in the others intentional actions. A body takes the bus, therefore he wants to travel (he thinks 'I want to travel'). But, ¿is not there another problem? For example, ¿how I know that travel is his real intention? Maybe he's a seller or an inspector. I don't know.

A third problem emerges. If I can't never be sure that the intentions I assume in others are real, ¿where do I found a logical basis to justify my actions? The following work explores these problems in relation with the extraordinary Fedor Dotoievsky's Notes from underground.

Keywords: Phenomenology, Liiterature, consciousness, solipsism, intentionality

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Una de las grandes aporías de la filosofía moderna ha sido el problema del solipsismo que se sigue del planteo cartesiano. Es decir, ¿cómo se comprueba la existencia de otras conciencias pensantes si la única certeza indubitable es la del yo? En tanto el mismo problema emerge del procedimiento de la ποχή fenomenológica, Husserl ha intentado dar una respuesta a este problema. Lo que el filósofo denomina reducción trascendental consiste en una puesta entre paréntesis del mundo objetivo que vincula al yo con su propia corriente de vivencias de conciencia, actualidades y potencialidades (1996, §42). De manera que el mismo Husserl hace explícita la pregunta, “¿acaso no me he convertido en el solus ipse?”, o sea, ¿no prueba esto que solamente yo existo? Para evitar esta conclusión y admitir la existencia de otros egos, por lo tanto, es necesario recurrir a algún tipo de verificación distinta.

El tipo de verificación que Husserl encuentra es aperceptiva. Es preciso prestar atención a los rasgos característicos de la apercepción en tanto se diferencia de la mera percepción y de la inferencia, puesto que Husserl señala que la apercepción es intuitiva y no un acto intelectual (1996, §50). La apercepción se encuentra ya en la experiencia externa en la medida en que la cara anterior y visible de una cosa apresenta siempre una cara posterior. Sin embargo, la cara posterior de una cosa es verificable en la experiencia de un modo que resulta imposible respecto de la conciencia de otro ego (1996, §50). Es decir, puedo girar un objeto para ver la cara que anteriormente permanecía oculta pero no puedo, por así decir, “invertir” a los otros para que su conciencia sea accesible a la mía.

A pesar de que es imposible acceder a la conciencia del otro como se comprueban las apercepciones en los objetos, Husserl encuentra que la apercepción o apresentación de los otros tiene un estilo propio de verificación. En principio, hace expresa una directriz que señala el sentido etimológico de “otro” como alter. Alter, nos dice, significa alter ego, es decir, “otro yo” (1996, §50). Por eso el modo adecuado de aproximarse a la comprensión de los otros ha de partir de la experiencia de nuestro propio ego. Desde nuestro propio ego, nuestra esfera primordial, tenemos acceso a lo que Husserl llama unidad psicofísica. Esto significa que nuestro cuerpo es concebido como un cuerpo vivo, un órgano que actúa en respuesta a nuestra intencionalidad:

Entre los cuerpos propiamente captados de esta naturaleza, encuentro luego, señalado de un modo único, mi cuerpo vivo, a saber: como el único que no es mero cuerpo físico, sino precisamente cuerpo vivo: el único objeto dentro de mi estrato abstractivo del mundo al que atribuyo experiencialmente campos de sensación, aunque en distintos modos de pertenencia (campo de sensaciones táctiles, campo de sensaciones de calor y frío, etcétera); el único «en» el que «ordeno y mando» inmediatamente (y, en especial, mando en cada uno de sus «órganos»). (1996, §44, pág. 157)

Del mismo modo, entonces, el cuerpo vivo ajeno es índice aperceptivo de un alter ego. Es decir, teniendo yo la experiencia de mi cuerpo vivo como correlato físico de mi realidad psíquica, apercibo una realidad similar en otros cuerpos. Así es que Husserl afirma que en mi mónada o esfera primordial, se constituye apresentativamente otra mónada como alter ego (1996, §52).

Ahora bien, aún es necesario esclarecer la clave de esta apercepción. ¿Cómo se distinguen los cuerpos de los otros entre los objetos del mundo objetivo? ¿Qué me garantiza que esos cuerpos son unidades psicofísicas como la mía y no marionetas, muñecos, estatuas, robots, etcétera? Bien, es preciso que esos cuerpos se atestigüen constantemente en mi experiencia como cuerpos vivos en su conducta. O sea que mi mónada constituirá apresentativamente otras mónadas en la medida en que pueda constatar de manera continua, perpetuamente en el cambio de fase a fase en la conducta de esos otros cuerpos, una intencionalidad (1996, §52).

Repasemos algunos aspectos fundamentales de esta exposición sobre la aporía del solipsismo tratada por Husserl. Primero y principal, no hay posibilidad de constatar directamente la existencia de otras conciencias. Por lo tanto, las otras conciencias son apercibidas por mi propia conciencia en un modo indirecto de verificación en tanto la experiencia de mi propio cuerpo vivo como unidad psicofísica permite intuir la existencia de “otros yo”. En consecuencia sucede que, al no tener acceso yo a la conciencia del otro, digamos que “reconstruyo” en el interior de mi esfera primordial, a partir de mi experiencia, otra conciencia similar ajena. Pero esta apercepción únicamente es viable si alcanzo a verificar constantemente en la conducta de esos otros cuerpos una intencionalidad. Surge así una de las características más problemáticas de este planteamiento, a saber, que al apercibir al otro en una conducta intencionada necesariamente le atribuyo una intención determinada. En pocas palabras, a la vez que admito la existencia de otro, le supongo una intención, todo a la vez. La particularidad del problema reside en el hecho de que tales intenciones pueden ser muy variadas, por ejemplo, “ese otro quiere caminar por el parque” o “ese otro tiene intenciones de asesinarme”.

Es en este punto donde ciertos sucesos relatados en la novela de Dostoievsky resultarán tragicómicamente ilustrativos. Memorias de subsuelo está escrito en primera persona, o sea: yo. El discurso de la novela es el discurso de un ego, podríamos decir que es la exposición en cierto modo fenomenológica de una corriente de vivencias, una mónada o esfera primordial que se “abre” al lector. Este protagonista es, en sus propias palabras, un enfermo y un malvado (2007, pág. 25). No soporta la indiferencia y está incluso orgulloso de su fealdad en tanto que ella por lo menos lo salva de la mediocridad pero vive atormentado por una neurosis que lo recluye y lo paraliza.

Para darnos una idea de su carácter tengamos en cuenta que, en una ocasión, entra a un salón con la intención de generar un disturbio para ser notado. Un vigilante que allí se encontraba, antes de generar la trifulca que el protagonista esperaba, lo apartó tomándolo por el hombro y sin explicaciones. Esto le provocó una indignación tremenda que duró varios años. El protagonista comenzó a seguir al vigilante y notó que el mismo cedía el paso a las damas y a otras personas. Premeditadamente se enfrentó a él para averiguar si lo reconocía o si le cedía el paso. Esta acción fue preparada con mucho detalle, el “hombre subterráneo” hasta se vistió especialmente para la ocasión. Una y otra vez, el oficial lo ignoró y caminó sin desviarse un centímetro, obligándolo a él a apartarse de su camino. Finalmente, un día él tampoco se desvió y ambos colisionaron sus hombros en una intersección. Sorprendiendo todo pronóstico del protagonista, el vigilante no se detuvo en lo más mínimo ante semejante acontecimiento. El protagonista se resintió bastante por el golpe pero no dio señales exteriores de ello y, al observar que el oficial tampoco lo hizo, supuso que su intención era la de fingir su indiferencia (2007, pág. 67).

Tenemos, entonces, que el protagonista admite la existencia de un otro vigilante. La misma es apercibida en la constatación fase a fase de una intencionalidad directriz de su movimiento. El cuerpo del oficial lo toma por el hombro, camina recto por la calle o bien cede el paso. Esta conciencia del vigilante no puede ser verificada directamente sino que es constituida (o re-constituida) en el interior de la esfera primordial del protagonista. En la conciencia del protagonista se constituye otra conciencia, un alter ego. El vigilante, como “otro yo”, también puede fingir, igual que yo. Por eso el protagonista, que soporta el dolor del golpe sin demostraciones de resentimiento, puede suponer una intención similar en el vigilante.

Otro buen ejemplo de Memorias de subsuelo, que muestra claramente el modo en que se le adjudica una intencionalidad al alter ego que se constituye en la esfera primordial, aparece más adelante. Se trata del caso de Apollon o Apolonio. Éste es un criado o mayordomo que es detestado visceralmente por el protagonista. Hay que ver hasta qué punto y con qué matices se constituye ese alter ego para que el protagonista llegue a decir que “el solo sonido de sus pasos” le “provocaba convulsiones” (2007, pág. 112).

En cierta ocasión el protagonista decide castigar a su criado por lo que él interpreta como una conducta altanera –también porque el protagonista se siente frustrado reconociendo que “estaba furioso con todo el mundo” (2007, pág. 113) – y retrasa su pago. Describe, entonces, la conducta de Apolonio:

Me clavaba su severa mirada durante varios minutos, en particular cuando yo entraba o salía. Si lograba contenerme y fingía no darme cuenta de la agresión de su mirada, recurría a otras artimañas. Por ejemplo, entraba en mi habitación sin hacer ruido mientras yo me paseaba o leía, se detenía en la puerta y se quedaba allí, con una pierna hacia delante y otra más atrás. En ocasiones su mirada ya no era severa sino lisa y llanamente despectiva. Y si le preguntaba qué quería no respondía, sino que me contemplaba durante unos segundos más, frunciendo los labios, y su rostro adoptaba una expresión indescriptible. Luego se volvía y se dirigía con lentitud, arrastrando los pies, hacia su cuarto. Dos horas después reaparecía y adoptaba la misma actitud. A veces, en mi cólera, ni siquiera le preguntaba nada sino que me volvía con brusquedad hacia él y lo observaba con altanería. Nos mirábamos a los ojos durante un par de minutos; después él giraba con lentitud y se iba para aparecer de nuevo dos horas más tarde. (2007, pág. 113).

Hay muchos elementos que evidencian el carácter intencional del alter ego constituido, como por ejemplo el recurrir a artimañas, la mirada agresiva, despectiva, severa, etcétera. Es decir que los movimientos aquí descriptos, como el ir y venir, el volver más tarde, el detenerse en la puerta y demás, están cargados de sentido. Son movimientos que el protagonista interpreta. El protagonista los lee en relación a su castigo. Apolonio, el alter ego del protagonista, está enojado porque no se le paga, está reclamando, con estos movimientos y estas miradas, que se le pague.

Tampoco se puede pasar por alto, en relación a la constitución del alter ego, del apercibimiento de su intencionalidad, el episodio final de la pequeña novela. El protagonista conoce a una sufrida prostituta a la que consuela de un modo “fingido y hasta literario” (2007, pág. 105). La seduce pero posteriormente se arrepiente de su comportamiento y se avergüenza de su condición; “yo era una criatura repugnante y, ante todo, que era incapaz de amarla” (2007, pág. 121) dice. Cuando Liza, la prostituta, acude a verlo a su hogar, los roles se invierten y es él el consolado y miserable. Este lugar le resulta insoportable y reconoce que “quería que me dejaran solo, en mi cueva de ratón” (2007, pág. 122). Entonces decide ofenderla para que se aleje. Cuando ella se despide, toma su mano y le da unos billetes. Es fácil imaginar de qué manera se constituye el alter ego pero en la esfera primordial de Liza, es decir, cuáles son las intenciones que adjudica al protagonista. Después de consolarla y seducirla, a través de este acto, la vuelve a ubicar en el lugar de prostituta pagándole por sus servicios. A pesar de que el protagonista confiesa que su actitud era falsa no la repara de ningún modo o, peor, se detiene antes de repararla. (2007, pág. 123). Nunca más vuelve a encontrarse con Liza.

Para abordar el problema de por qué el protagonista se detiene antes de reparar su actitud desde una perspectiva husserliana, quizá ya no sea suficiente recurrir a las Meditaciones Cartesianas. El protagonista se pregunta “¿Qué es mejor, la felicidad barata o el sufrimiento elevado? (2007, pág. 124). Esta predisposición dilemática a la inacción resulta crucial y es desarrollada principalmente en la primera parte de la obra, donde el protagonista describe su “filosofía”. Uno de los pasajes más relevantes al respecto dice lo siguiente:

¿Cómo puedo estar nunca seguro? ¿Dónde encontraré las razones capitales para la acción, la justificación de esta? ¿Dónde las buscaré? Ejerzo mi capacidad de razonamiento, y en mi caso, cada vez que creo haber encontrado una causa veo otra que parece ser primordial de verdad, etcétera, hasta el infinito (2007, pág. 37).

Se puede entender que el protagonista vacila entre las distintas razones y causas posibles. Tal o cual cosa puede significar tal otra, no obstante tal o cual otra cosa significa algo contrario o que debe ser examinado primero, etcétera, así continuamente, sin límite. Sus vivencias abren un abanico de significaciones que puede ser examinado eternamente, ninguna de estas significaciones lo satisface por completo. De manera que se desplaza de una a otra, las considera y las descarta, pero no se decide, no actúa.

En la primera de sus Investigaciones Lógicas, “Expresión y significación”, Husserl concibe a las significaciones como unidades ideales inmutables. Lo propio de una expresión es significar un objeto que puede o no existir (2006, §15), porque el ser concebido por Husserl no es únicamente real sino también lógico (2006, §29, pág. 284 y §31). Una expresión como “círculo cuadrado” no carece de sentido ni, mucho menos, de significación (2006, §14). Esto deja en igualdad de condiciones a todas las suposiciones del protagonista. Dicho de otro modo, sean ciertas o no, todas las razones que considera y descarta son igualmente significativas en su subjetividad; “no existen diferencias esenciales entre unas y otras significaciones” (2006, pág. 280).

Husserl reconoce que los actos subjetivos que dan significación vacilan. Nos habla, entonces, de una condición que podría explicar el dilema de nuestro protagonista: la vacilación del significar (2006, §27). En esta primera investigación lógica, Husserl afirma que todo lo que es, es cognoscible en sí de manera que la razón objetiva no conoce límites. Sin embargo, a pesar de que toda expresión subjetiva puede sustituirse por una expresión objetiva, “esta sustitución no se convierte en sustitución real” y, aún más, “es en muy gran parte irrealizable de hecho e incluso permanecerá irrealizable por siempre” (2006, pág. 279). Para Husserl, todo intento de borrar las palabras esencialmente ocasionales, todo intento de describir unívocamente una vivencia subjetiva, es vano (2006, §27). De manera que el intento minucioso del protagonista, por encontrar las causas últimas que justifiquen la acción lógica más apropiada, es subjetivamente imposible.

Aquí hay que distinguir bien esta diferencia para comprender el aspecto ideal de la proposición husserliana. Que subjetivamente no se pueda dar cuenta de todas las significaciones lógicas o que las vivencias subjetivas no puedan ser expresadas unívocamente en sustituciones objetivas no quiere decir que las significaciones no formen un conjunto cerrado, “una clase de objetos como los objetos universales” (2006, §31, pág. 287). Por eso Husserl aclara, hacia el final de su primera investigación, que las significaciones sólo accidentalmente son pensadas y pueden ser imposibles de expresar “a causa de las limitaciones de las fuerzas cognitivas del hombre” (2006, §35). Así es que el desplazamiento de significación en significación, la disposición dilemática del protagonista, queda encerrada en un bucle que, sin salir de la lógica, puede no decidirse nunca por la acción.


Bibliografía

- Dostoievsky, Fedor, Memorias del subsuelo. Buenos Aires: Quadrata, 2007

- Husserl, Edmund. Meditaciones Cartesianas: Quinta meditación. México: FCE, 1996

-------------------- Investigaciones lógicas I: Expresión y significación. Madrid: Alianza, 2006


Alicia en el país de la filosofía, Año I, Número I, Nov-dic 2015